Tras la emocional, viene la "Inteligencia ecológica"
| Miércoles 10 junio, 2009
Tras la emocional, viene la “Inteligencia ecológica”
“No es verde todo lo que parece”
Madrid
EFE
Daniel Goleman, gurú de masas con libros como “Inteligencia emocional”, sigue buscando fórmulas de salvación en “Inteligencia ecológica”, un manual que llama al ciudadano a exigir la información necesaria para convertirse en un consumidor respetuoso con el medio ambiente.
La vocación de Goleman siempre fue resolver problemas y ha hilado su obra a través del concepto “inteligencia”, porque es “la manera más rápida de hablar de las aptitudes que tenemos para ser exitosos”, explica en una entrevista telefónica con EFE desde Nueva York.
Goleman, que estudió en Harvard y colaboraba con el New York Times, había buscado desde los años 80 las claves para “vivir sabiamente en la Tierra” inspirado en la población de Sher, un pequeño pueblo tibetano que sobrevive desde hace siglos con unos recursos mínimos pero sabiamente utilizados.
En cambio, cuando intentó ver la aplicación universal, por una vez, sintió que chocaba contra un muro difícil de superar.
“Me di cuenta de que nuestra percepción no está diseñada para procesar la destrucción del planeta y eso es lo que dificulta la reacción para el cambio. No vemos las moléculas tóxicas que entran en una casa y aceptamos cambios a lo largo del tiempo que a corto plazo nunca permitiríamos”, explica.
En 1993, sin embargo, se sorprendió con el caso de las grasas trans. “Al verse obligadas las empresas a hacer públicas las grasas trans, se produjo el fin mismo de estas grasas. La gente no las quería y las empresas, evidentemente, dejaron de utilizarlas”.
Entonces, empezó a ver la vía sobre la cual trabajar en este libro, editado ahora en español por Kaidós.
El camino hacia un remedio consistente se cerró hace dos meses, con la apertura de una página web www.goodguide.com, que invita a introducir la lista de la compra para saber cuál es el impacto real de nuestro estilo de vida.
“Yo veo el problema de la ecología como un problema de información. Hasta ahora no sabíamos el verdadero impacto ecológico de los productos que consumíamos”.
Después de años de destrucción consentida, “ahora por fin podemos tomar buenas decisiones”, asegura, y así canalizar los impulsos ecologistas de una manera más eficaz, porque, como dice en su libro “no es verde todo lo que parece”.
“Inteligencia ecológica” no rehúye lo complicado del problema ni lo laborioso de la solución. El intrincado y globalizado sistema económico hace que “cada proceso de producción tenga centenares de puntos vulnerables de ser contaminantes”, lo cual hace difícil el control, pero también infinitas las posibilidades de acción.
Existen procesos de producción tan nocivos que actividades como el cultivo de algodón o la fabricación de palomitas de maíz al microondas, han demostrado ser perjudiciales para el funcionamiento pulmonar.
También la fabricación de un simple tarro de vidrio y el nivel de flatulencia del ganado vacuno son fuentes de contaminación que deben ser consideradas.
“Creo que tardaremos más de 20 años en tomar este nuevo rumbo. Si la gente se hace consciente de lo nocivo que puede ser un producto, las empresas tendrán que reaccionar y la sostenibilidad será esencial para competir”, arguye.
El primer paso lo ha dado el programa informático Earthster, en el que las empresas comparten la información sobre sus proveedores y sobre el proceder más o menos ecológico de estos.
Equiparar el respeto al medio ambiente a variables como la calidad y la rentabilidad es, de todas maneras, algo que empiezan a realizar algunas empresas en los países más desarrollados, pero es difícil todavía pedir ese mismo criterio a los mercados emergentes.
Aun siendo consciente de esto, Goleman asegura que “el Primer Mundo sigue siendo el mayor consumidor. Si no cambiamos nosotros, no hay esperanza en absoluto”.
La crisis económica, por otro lado, no le parece un momento ni mejor ni peor para la revolución. “No podemos preguntar a los gobiernos, es una revolución de consumidor”, que dispone ahora mismo de armas como el Facebook o el Twitter para difundir este mensaje.
Su lucha ve el final del camino en un periodo de 20 años, tiempo en el que el mercado habrá dado el giro hacia la sostenibilidad. Entonces, se podrán “hacer las cosas bien haciendo el bien”, como titula el último capítulo de “Inteligencia ecológica”.
“No es que sea optimista. Es que creo que la especie humana se ha adaptado a las crisis siempre con éxito, aunque sea cuando no queda ya otro remedio”, concluye.
“No es verde todo lo que parece”
Madrid
EFE
Daniel Goleman, gurú de masas con libros como “Inteligencia emocional”, sigue buscando fórmulas de salvación en “Inteligencia ecológica”, un manual que llama al ciudadano a exigir la información necesaria para convertirse en un consumidor respetuoso con el medio ambiente.
La vocación de Goleman siempre fue resolver problemas y ha hilado su obra a través del concepto “inteligencia”, porque es “la manera más rápida de hablar de las aptitudes que tenemos para ser exitosos”, explica en una entrevista telefónica con EFE desde Nueva York.
Goleman, que estudió en Harvard y colaboraba con el New York Times, había buscado desde los años 80 las claves para “vivir sabiamente en la Tierra” inspirado en la población de Sher, un pequeño pueblo tibetano que sobrevive desde hace siglos con unos recursos mínimos pero sabiamente utilizados.
En cambio, cuando intentó ver la aplicación universal, por una vez, sintió que chocaba contra un muro difícil de superar.
“Me di cuenta de que nuestra percepción no está diseñada para procesar la destrucción del planeta y eso es lo que dificulta la reacción para el cambio. No vemos las moléculas tóxicas que entran en una casa y aceptamos cambios a lo largo del tiempo que a corto plazo nunca permitiríamos”, explica.
En 1993, sin embargo, se sorprendió con el caso de las grasas trans. “Al verse obligadas las empresas a hacer públicas las grasas trans, se produjo el fin mismo de estas grasas. La gente no las quería y las empresas, evidentemente, dejaron de utilizarlas”.
Entonces, empezó a ver la vía sobre la cual trabajar en este libro, editado ahora en español por Kaidós.
El camino hacia un remedio consistente se cerró hace dos meses, con la apertura de una página web www.goodguide.com, que invita a introducir la lista de la compra para saber cuál es el impacto real de nuestro estilo de vida.
“Yo veo el problema de la ecología como un problema de información. Hasta ahora no sabíamos el verdadero impacto ecológico de los productos que consumíamos”.
Después de años de destrucción consentida, “ahora por fin podemos tomar buenas decisiones”, asegura, y así canalizar los impulsos ecologistas de una manera más eficaz, porque, como dice en su libro “no es verde todo lo que parece”.
“Inteligencia ecológica” no rehúye lo complicado del problema ni lo laborioso de la solución. El intrincado y globalizado sistema económico hace que “cada proceso de producción tenga centenares de puntos vulnerables de ser contaminantes”, lo cual hace difícil el control, pero también infinitas las posibilidades de acción.
Existen procesos de producción tan nocivos que actividades como el cultivo de algodón o la fabricación de palomitas de maíz al microondas, han demostrado ser perjudiciales para el funcionamiento pulmonar.
También la fabricación de un simple tarro de vidrio y el nivel de flatulencia del ganado vacuno son fuentes de contaminación que deben ser consideradas.
“Creo que tardaremos más de 20 años en tomar este nuevo rumbo. Si la gente se hace consciente de lo nocivo que puede ser un producto, las empresas tendrán que reaccionar y la sostenibilidad será esencial para competir”, arguye.
El primer paso lo ha dado el programa informático Earthster, en el que las empresas comparten la información sobre sus proveedores y sobre el proceder más o menos ecológico de estos.
Equiparar el respeto al medio ambiente a variables como la calidad y la rentabilidad es, de todas maneras, algo que empiezan a realizar algunas empresas en los países más desarrollados, pero es difícil todavía pedir ese mismo criterio a los mercados emergentes.
Aun siendo consciente de esto, Goleman asegura que “el Primer Mundo sigue siendo el mayor consumidor. Si no cambiamos nosotros, no hay esperanza en absoluto”.
La crisis económica, por otro lado, no le parece un momento ni mejor ni peor para la revolución. “No podemos preguntar a los gobiernos, es una revolución de consumidor”, que dispone ahora mismo de armas como el Facebook o el Twitter para difundir este mensaje.
Su lucha ve el final del camino en un periodo de 20 años, tiempo en el que el mercado habrá dado el giro hacia la sostenibilidad. Entonces, se podrán “hacer las cosas bien haciendo el bien”, como titula el último capítulo de “Inteligencia ecológica”.
“No es que sea optimista. Es que creo que la especie humana se ha adaptado a las crisis siempre con éxito, aunque sea cuando no queda ya otro remedio”, concluye.