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¿Quién me ha robado el mes de abril?

Rodolfo Piza | Miércoles 25 mayo, 2016


 Cientos de miles de trabajadores en nuestro país tardan dos horas del trabajo a su casa, y viceversa. Cuatro horas al día que les quitan a su familia y a sus sueños. Casi 1.000 horas al año, 40 días al año

¿Quién me ha robado el mes de abril?

“¿Quién me ha robado el mes de abril?”, canta Sabina y no comprendemos su grito desesperado hasta que nos percatamos del mes y pico que perdemos cada año, yendo de la casa al trabajo y del trabajo a la casa.
Mónica Araya hace poco nos recordó que Glenda, una pasante, gastó 33 días el año en paradas, transbordos distantes y autobuses.
Cientos de miles de trabajadores en nuestro país tardan dos horas del trabajo a su casa, y viceversa. Cuatro horas al día que les quitan a su familia y a sus sueños. Casi 1.000 horas al año, 40 días al año. Un carrito, cualquiera que sea, aunque sea más caro y haya que conseguir parqueo, se les aparece como el sueño por cumplir. Tal vez les devuelva dos horas al día, 20 días al año.
Pero, claro, la ciudad colapsa más, gastamos más en llantas y gasolina, contaminamos más y la meta carbono neutral se nos hace más larga.

¿Y nos preguntamos si es posible cambiar? Va a costar, porque no hay soluciones mágicas, pero sí podemos hacerlo.
Lo primero, aligerar y descarbonizar el transporte público. Más tren, algunos tranvías, algunas líneas de metro-bus y un Metro para San José (lo propuse en campaña y estoy convencido de que es posible abrir una línea de metro cada cuatro años).
Segundo, mapear y entrarles a los cuellos de botella. En campaña propuse que les entráramos a 25 de ellos por año (100 en cuatro años). Waze, Google Maps, nos dicen dónde están esas líneas rojas o vino que día a día se repiten en nuestras calles. Algunos de ellos son más fáciles de abordar (pequeños puentes, ampliar un poco las vías o los accesos, exigir cumplimiento de líneas amarillas, pintar vías y pasos de cebra, eliminar “muertos”, revisar velocidades y semáforos).
Empecemos por ahí, luego sigamos el plan y les entramos a los cuellos de botella medianos y complejos. Estos pueden requerir más presupuesto, pasos a nivel, expropiaciones y obras más complejas (puentes sobre el Virilla, por ejemplo), pero puestos en un plan es posible abordarlos.
Tercero, revisar nuestro modelo de planificación urbana. Una planificación que ha impulsado la distancia entre las zonas residenciales y los lugares de trabajo. Puede tener sentido para separar las industrias contaminantes, pero no lo tiene para las demás actividades. Ojalá pudiéramos vivir cerca de los trabajos y ¿por qué no trabajar en la misma casa? Los requisitos de uso del suelo se oponen a ello. La legislación laboral no impulsa el teletrabajo, ni la flexibilidad horaria. A los inspectores de trabajo les cuesta entender el concepto.
Cuarto, llevar los servicios a las casas o más cerca de las casas. Eliminar trámites y promover el uso de las tecnologías de la información y el Gobierno Digital. Que casi todo trámite (gubernamental o privado), pueda hacerse por Internet. Y acercar los preescolares, las escuelas, las sodas y los servicios de salud. Ojalá tener “médicos de barrio” ligados a los Ebais, pero en los propios barrios residenciales.
Quinto, lo más importante, creérnosla. Sí hay soluciones para que las presas dejen de robarnos el tiempo y la tranquilidad de espíritu.

Rodolfo E. Piza Rocafort

 

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