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Prada viste de diablo a los ojos de una japonesa

Redacción La República redaccion@larepublica.net | Lunes 13 septiembre, 2010




Prada viste de diablo a los ojos de una japonesa

Rina Bovrisse no es la Gloria Steinem de Japón. Podría ser, ahora bien, la heroína que los economistas estaban esperando.
Bovrisse, de 36 años, saltó a la fama debido a su demanda por discriminación sexual contra Prada. La que fuera gerente principal de comercio minorista afirma que el ejecutivo máximo de Prada Japón la acosó por “fea” y que fue injustamente despedida.
Este drama podría atraer una atención modesta en Milán, Nueva York o París. En Japón, donde los derechos de las mujeres son muchas veces una idea novedosa, es un espectáculo que causa conmoción. Se supone que las japonesas deben guardar la compostura cuando son maltratadas en el trabajo. Las cosas son así. Hay que aceptarlas.
Bovrisse no cree en esas tonterías, y eso es bueno. En su frustración, está haciendo más que ninguna otra persona en los últimos tiempos por destacar una causa importante de malestar en Japón: una falta de consideración crónica hacia la mano de obra femenina. Esta obstaculiza el crecimiento, aumenta la deuda pública, reduce la competitividad y alimenta otros problemas como la tasa de natalidad descendente del país.
“Muchas mujeres japonesas inteligentes, motivadas, talentosas están cansadas de ser tratadas del mismo modo”, me dijo Bovrisse en un café de Tokio la semana pasada. “Yo hablo por ellas. Debemos tener el valor de exigir que nos traten de una manera justa”. Con 18 años de antigüedad en el sector de la moda y egresada de la Escuela de Diseño Parsons, había trabajado en Prada Estados Unidos y en Chanel SA. Había trabajado en Nueva York, Londres, París (el apellido Bovrisse le viene de su matrimonio con un francés) y Hawai. Probablemente, fue ese curriculum vitae lo que llevó a Prada Japón a contratar a Bovrisse en 2009 para supervisar 500 empleados en 40 negocios. Y ahí empezó el problema, dice.
Bovrisse dice que recibió la orden de deshacerse de 15 gerentes y subgerentes por ser “viejas, gordas, feas, desagradables o por no tener una apariencia como corresponde a Prada”. Más adelante, en su sexto mes de gestión allí, afirma que le dijeron que bajara de peso y se cambiara el peinado. Bovrisse dice que se quejó a la sede de la empresa en Milán y al poco tiempo la despidieron.
Mia Morikawa, portavoz de Prada, dijo que la empresa no haría ningún comentario para esta columna y me remitió a declaraciones anteriores que desestiman las afirmaciones de Bovrisse. El mes pasado, Prada Japón presentó una contrademanda contra Bovrisse por presunto daño a su imagen.
La historia de Bovrisse me resulta convincente. Otras dos personas que formaron parte del personal de Prada se sumaron a su demanda.
Ese es justamente el punto. Existe una razón por la cual representantes del Comité de Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer se reunieron con Bovrisse el mes pasado. Es la misma razón por la cual la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) exhorta a Japón a dar mayor poder a las mujeres.
Las clasificaciones de ingreso per cápita de Japón tienden a semejar las que reflejan la participación de las mujeres en la política y la dirección empresarial. Actualmente, ninguna de las empresas que figuran en el índice Nikkei 225 es dirigida por una mujer.
A las mujeres les ha ido mal desde el llamado “Lehman Shock” a fines de 2008, viéndose afectadas de una forma desproporcionada por el colapso de Wall Street. Como muchas tienen contratos de tiempo parcial, es más fácil despedirlas cuando las ganancias empresarias se evaporan.
El modelo japonés, basado en la antigüedad y dominado por los hombres, tardó en utilizar plenamente a la mitad de los 126 millones de habitantes del país. Descuidar un 50% de la fuerza de trabajo es un principio económico terrible. Japón construyó puentes, represas y carreteras a ninguna parte y bajó las tasas de interés a cero en un intento de elevar los niveles de vida. Está muy demorado en lo que se refiere a aprovechar los talentos de sus masas femeninas.
“Me apena pensar que las mujeres solamente llegaron hasta aquí”, dijo Bovrisse.
Las normas sociales constituyen una dinámica poderosa y a veces son resumidas en un proverbio: Todo clavo que sobresale termina siendo martillado. Los casos de sexismo en general no se informan por temor a hacer olas o ser centro de un potencial escándalo.
Las mujeres deberían en cambio hacer olas, y grandes. La discriminación sexual en Japón suele parecer una de esas cuestiones que no tienen arreglo. Cuando se habla del asunto, la gente asiente con pleno conocimiento y se encoge de hombros.
Cuando se solicita empleo en Japón, a nadie le resulta extraño adjuntar una foto al curriculum vitae o incluir su fecha de nacimiento. Es escasa la indignación cuando la respuesta de los operadores del subte de Tokio a denuncias de manoseos en los trenes es la segregación: coches exclusivos para mujeres.
Los mundos literario y cinematográfico nos dicen “El diablo viste de Prada”. En la historia de Bovrisse, podría decirse que Prada viste de diablo. Aun así, como hasta nuestra heroína admite, este relato va mucho más allá de la experiencia de una mujer. Tiene que ver con el futuro de la tercera economía del mundo.
Y a regañadientes, Bovrisse percibe que en este drama económico ella tiene un papel similar al de Steinem. Figura en sus nuevas tarjetas de visita, que dicen: “Fashionista feminista”.

Nueva York







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