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Payasadas cansinas

| Jueves 12 febrero, 2009




Payasadas cansinas

• Debido a un guion pobre y una dirección incompetente, esta farsa se hunde en la ineptitud

La Pantera Rosa 2
(The Pink Panther 2)
Dirección: Harald Zwart. Reparto: Steve Martin, Jean Reno, Emily Mortimer, Andy García. Duración: 1.31. Origen: EE.UU. 2009. Calificación: 4.

Cuando se estrenó “La Pantera Rosa” en 2006, llovieron las críticas. Todos coincidieron en señalar la absoluta mediocridad de una propuesta incapaz de revivir la magia de la legendaria serie cómica, estelarizada por Peter Sellers en las décadas de 1960 y 1970. A pesar de ello, la versión actualizada con Steve Martin tuvo suficiente éxito de taquilla, como para generar una secuela. Todavía más desabrida que su modesta predecesora, esta farsa se hunde en la ineptitud, debido a un guion sumamente pobre y una dirección incompetente.
Con escasa convicción, Martin retoma el papel del inspector Jacques Clouseau, torpe oficial de la policía francesa, llamado a intervenir en una situación delicada. Alguien está robando las reliquias más valiosas de Europa, desde la Magna Carta inglesa hasta el Santo Sudario en Turín.
Clouseau debe encabezar un “equipo soñado” de investigadores, escogidos entre los mejores del mundo. Juntos, ellos intentarán atrapar al astuto ladrón, antes de que se lleve un diamante de valor incalculable.
La secuencia de dibujos animados que acompaña los créditos iniciales, bajo las notas inconfundibles de Henry Mancini, constituye lo mejorcito de la cinta. Trae gratos recuerdos, evocando sentimientos de nostalgia en quienes habían disfrutado de las alocadas travesuras de Peter Sellers.
A pesar del talento que demostró en otras oportunidades, Steve Martin es un pálido sustituto. No se percibe que el actor esté metido en la piel del ingenuo y desastroso Clouseau. Siempre permanece la sensación de estar viendo a un farsante en acción: un actor que trata en vano de hacer reír, hablando con un acento raro y haciendo payasadas que al rato, se tornan repetitivas y cansinas.
Sería injusto echarle a Steve Martin todas las culpas. En su época, Peter Sellers contaba con el genial director Blake Edwards como aliado. A Martin le tocó Harald Zwart, cineasta de origen holandés quien parece ignorar el cálculo de los tiempos cómicos y otros requerimientos básicos del buen humor.
Es increíble la cantidad de oportunidades que se desperdician a lo largo de la proyección. Quizá los autores pretendían romper algún récord de chistes por minuto, pero solo hay un par de escenas realmente graciosas: la primera recupera la simplicidad del cine mudo, cuando los colegas de Clouseau asisten a sus catastróficas andanzas a través de unas cámaras de seguridad. En la otra, el protagonista se viste como el Papa y causa una gran conmoción en el Vaticano.
Estas son las excepciones, dentro de una producción opaca, privada de chispa y vitalidad, donde la ineficiencia es la única constante.






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