Juanpis González | "Los gomelos y los mirreyes son lo mismo, solo que en Colombia intentan pasar por sofisticados": Alejandro Riaño, el humorista detrás de la parodia que llegó a Netflix
Daniel Pardo - Corresponsal de BBC Mundo en Colombia | Viernes 04 febrero, 2022
Juanpis González existe. Ese tipo presumido, homofóbico y xenófobo, que habla como si tuviera una papa en la boca y amarra un suéter Lacoste en sus hombros, existe.
"No es un personaje inventado —dice Alejandro Riaño, su creador e intérprete—, cada una de sus características, su voz, sus movimientos, su estilo, están inspirados en personas de la vida real".
Gomelos: jóvenes de la clase alta colombiana que, según Riaño, "son impunes en todo sentido, sienten que pueden hacer los que les da la gana sin consecuencias y con plata logran limpiar sus cagadas, sean estas violar a una mujer o estrellar el carro borrachos".
Juanpis González, además de ser la parodia de un personaje esnob y machista, es una próspera empresa: tiene un teatro, un bar, una cerveza, múltiples shows que incluyen entrevistas con candidatos presidenciales y, ahora, una serie en Netflix que lleva una semana como la más vista en el país.
La apuesta de Riaño con la serie, y quizá el objetivo más ambicioso, es sacar a Juanpis de la lógica bogotana en la que nació y convertirlo en una parodia de la élite latinoamericana; en una denuncia del clasismo y la desigualdad que se expanden por la región.
"Personajes como él hay en toda América Latina —señala Riaño—, sobre todo en los países donde hay más corrupción, como México, donde están los mirreyes, que son lo mismo que los gomelos acá, solo que en Colombia intentan pasar por sofisticados, se creen ingleses, piensan que usar Gucci es lobo (ramplón), mientras que en México les gusta mostrar la marca y no tienen problema con andar en Ferrari o irse por una noche en avión de fiesta a Acapulco".
Riaño, que tiene 36 años, admite que si no fuera por su origen privilegiado el personaje de Juanpis no habría tenido el mismo impacto: "No cualquier persona puede entrar a los sitios que yo entré, a los clubes, al palacio presidencial, yo conozco a mi personaje porque lo vi de cerca; estudié teatro y sé cómo hablan, cómo piensan y cómo se mueven los gomelos".
Decir lo que no se puede
Hacer humor político en Colombia no es fácil. El último gran humorista de repercusión masiva que se burló de la clase alta, Jaime Garzón, fue asesinado en 1999 por paramilitares que veían en él una amenaza subversiva.
Desde entonces, el humor negro y transgresor se afincó en nichos, lejos de los medios de comunicación tradicionales, donde los programas de comedia se dedicaron a temas que Riaño califica como "banales".
Pero durante los últimos años, a través de las redes sociales, ha habido una emergencia de humoristas que no le temen al establecimiento.
"Acá reinó por mucho tiempo la corrección política", dice Riaño. "El chistecito de oficina, de los hombres y las mujeres, el humor verde y el humor blanco, que no ofende a nadie y tiene precisamente esa búsqueda absurda de caer bien, de no molestar".
Él mismo, asegura, empezó ahí: "La comedia que yo hacía antes era banal, mucho sobre las relaciones, sobre sexo, y un día llegué a mi casa y le dije a mi hermana (María, hoy su manager) que me mamé (cansé), que no quería hacer más este stand up y quería aprovechar esta audiencia para denunciar".
El padre de Alejandro y María es el fallecido artista Alberto Riaño Salazar, cuya obra conecta espacios y materiales ancestrales en esculturas que hoy están por toda América Latina.
"Y recuerdo mucho —señala Alejandro— una vez en una exposición de (el artista) Fernando Botero que mi papá me dijo que eso que estábamos viendo, escoltas, elegancia, opulencia, no era arte (…) Porque el arte, me enseñó, tiene que ser transgresor, mover fibras, generar incomodidad".
Los Riaño dedican una gran parte de su esfuerzo a labores sociales y políticas. En Colombia, dice el humorista, "a pesar de que supuestamente estamos en una democracia, hay muchas cosas que no se pueden decir".
Riaño ha sido demandado, entre otros, por la policía, por varios políticos y por una urbanización de recreo de la de clase alta conocida como El Peñón, a la que acusó de albergar narcotraficantes.
"Y nunca hemos tenido que rectificar —añade—, porque el personaje es ficticio y porque todo lo que decimos está basado en la investigación de un equipo que tenemos para eso".
"No tan escandalosa como quiere"
La serie de Juanpis González ha sido recibida, en general, como una denuncia del clasismo y la corrupción en Colombia. Pero no ha estado exenta de reproches.
"Es un humor que le sirve al poder porque, siendo inofensivo, da la ilusión de que acá todos tenemos derecho a criticar abiertamente al gobierno, usando canales de comunicación masivos y eso, señores, es mentiras", escribió el crítico Iván Gallo en el portal Las 2 Orillas.
Y Decider, una página estadounidense que reseña contenido en streaming, opinó: "Incluso si eres fan del trabajo de Riaño, la serie no es tan escandalosa como él quiere que sea. Y no es particularmente chistosa, tampoco".
Es usual, también, escuchar una queja sobre Riaño por su origen acomodado: al final, dicen sus críticos, la distancia entre Juanpis González y él, que fue a un colegio exclusivo para hombres y nació en una familia famosa por su tradición taurina, no es muy grande.
Riaño lo sabe, pero sostiene que el privilegio no le afectó la empatía: "Crecí entre lujos, pero nunca busqué eso, trabajé desde los 13 años porque mi papá no tenía un peso y siempre intenté no maltratar a nadie".
Luego —sentado en su camerino, bebiendo una cerveza, en vísperas del primer show de una nueva temporada— Riaño remata: "Mi problema no es con ser o no ser privilegiado, vestirse o no con Lacoste, porque no todos los ricos son malos".
"Mi problema —concluye— es con la gente que cree que por tener plata puede pasar por encima de los demás".
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