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Día seis en Nicaragua: 23 de abril. ¡Un mar!

Arturo Cruz redaccion@larepublica.net | Viernes 23 abril, 2021

Arturo Cruz

Arturo Cruz

Precandidato

Nicaragua

Esta es la sexta crónica de la serie: Siete días que estremecieron Nicaragua, que sintetiza y analiza los acontecimientos de aquella semana trágica de abril. Ese día, 23 de abril de 2018, se hace realidad la primera gran marcha en repudio a la represión estatal. Convocada por el Consejo Superior de la Empresa Privada COSEP, la ciudadanía la asume y la hace suya. En ese momento, la indignación ya se ha convertido en energía vital, que permite reivindicar las demandas del pueblo, con más fuerza que nunca. Ese día, la exigencia de justicia se hace sentir con firmeza, cuando el país todavía llora la muerte de tantos compatriotas.


DUODÉCIMO ACTO: EL CHIPOTE

Empieza el amanecer, en una Managua estremecida por una noche más de violencia desmedida. Y mientras los muchachos respiran en el bastión de la UPOLI, se empiezan a escuchar golpes contra unas envejecidas rejas. De repente, un clamor se hace sentir: ¿Dónde están nuestros hijos?, grita desesperadamente una muchedumbre de mujeres en las afueras de El Chipote. Un sitio emblemático en la historia nacional, ya que, incrustadas en sus paredes en ruinas, han quedado las huellas, de los prisioneros políticos de todas las tiranías que nuestro país ha tenido que sufrir. Un inframundo, donde el régimen ha querido quebrar esperanzas, pero donde paradójicamente, han salido espíritus fortalecidos.

Mientras tanto, en el despacho real, en un arrebato de enajenación, anuncian que “la calma ha regresado”. Es decir, siguen negando una realidad indiscutible. Que, en nuestro país, desde que los obituarios se hicieron costumbre, la legitimidad para gobernar se desvaneció para siempre. Pero una imagen vale más que mil palabras. En todos los plantones alrededor de Nicaragua, cada vez más familias, sostienen los carteles con los rostros de sus hijos, esposos y hermanos, que cayeron en estos días de resistencia, frente a la irracionalidad de un régimen, que sabe que su tiempo ha terminado.


DECIMOTERCER ACTO: ¡ALERTA DE TSUNAMI!

Mientras el calor implacable del mediodía capitalino, aún no se había aplacado, los sonidos de las vuvuzelas, las consignas y los cantos inundan la rotonda Rubén Darío. En ese lugar, cobijados por una bandera nacional resplandeciente, miles de nicaragüenses, empiezan a asumir las riendas de su propio destino. La emocionante marcha hacia la UPOLI ya ha empezado, pero antes que nos demos cuenta, una escena inquietante tiene lugar en los cuarteles generales de los uniformados. Miles de voces al unísono, desahogan su indignación frente a las filas de uniformados que resguardan su cuartel central, una plaza donde no da el sol, sino solamente una oscuridad insondable. Es un pasillo de la ignominia, que tienen que soportar por decisión propia del pueblo. Y aunque parecen inmutables, sus rostros reflejan humillación y vergüenza.

Finalmente, al caer la tarde, los primeros manifestantes empiezan a fundirse en abrazos con los muchachos de la UPOLI, mientras la gente de los barrios aledaños, ofrece un poco de agua para saciar la sed de justicia que está emergiendo en el pueblo. Una manta destaca entre los jóvenes que están atrincherados en la universidad, dice: “¡No nos disparen!”. Los impactos de bala, en las paredes y adoquines de las barricadas que tejen un laberinto alrededor de la universidad, atestiguan que la tormenta de plomo ha sido inclemente. De pronto, un pensamiento inesperado nos reconforta. Dicen que cuando estamos frente al mar y vemos cómo súbitamente el agua de la playa empieza a retraerse de manera acelerada, entonces un tsunami está en camino. Para ese momento, nuestros ojos solamente están viendo la consecuencia imparable de algo que ya ocurrió en las profundidades del océano, es decir, un terremoto. En nuestro país, al igual que en el vasto océano, una fractura se produjo en las profundidades de nuestra sociedad. Y en ese espacio que se abrió, brotó de nuevo aquel germen democrático que creíamos perdido. El tsunami solo era cuestión de tiempo, y esa fuerza de la naturaleza, es verdaderamente irreversible.






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