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CHISPORROTEOS

Alberto Cañas afcanas@intnet.co.cr | Miércoles 01 agosto, 2012



CHISPORROTEOS


Con Jean Moulaert ha desaparecido uno de los verdaderos responsables del crecimiento y auge del teatro en Costa Rica a partir de la década de 1950. Hombre de exquisito gusto, perteneciente a una familia de fuertes conexiones teatrales y cinematográficas en Francia (su padre fue un notable escenógrafo y una prima suya fue actriz destacada en el cine de la Francia ocupada, Moulaert ingresó a Costa Rica por razones matrimoniales, y aquí, en cuanto pudo, se conectó con la gente que estaba empeñada en hacer teatro, y fue el director de escena oficial del Teatro Arlequín cuando el grupo que adoptó el nombre de esa sala se fundó en 1946.
Caracterizado por un gusto exquisito en el manejo de actores y actrices, y por un exacto, diríase que matemático sentido del movimiento escénico, desde que el grupo Arlequín comenzó, sus producciones (con intérpretes casi todos novatos) se caracterizaron por su calidad escénica y el jugo, por decirlo así, que Moulaert sabía extraerles a los aficionados que se decidieron a hacer teatro y fue en el Teatro Arlequín (50 metros al norte de Chelles) donde comenzó a crecer el público teatral, al extremo de que, cuando tuvieron que devolver el pequeño local que alquilaban, se pasaron tranquilamente al Teatro Nacional y aprendieron a llenarlo.
Junto a él se formaron como directores Daniel Gallegos y Lenin Garrido, y como intérpretes Kitico Moreno, Guido Sáenz, Ana Poltronieri (que ya había anunciado su talento bajo las órdenes de Luccio Rannucci que en 1946 se fue a Nicaragua), José Trejos (que también tenía alguna experiencia), Annabel de Garrido, Oscar Castillo, Flora Marín, tantos otros aficionados que se me escapan, a quienes los Catania (Carlos, Alfredo y Gladys, cuando llegaron a este país a fines de la década de 1960 convencieron de que se convirtieran en profesionales. Profesionalizado el teatro, lo demás fue crecimiento e historia, hasta que en 1985 se cerró el Teatro del Museo por insistencia de la Junta Directiva de la institución y hasta allí llegamos, pues allí comenzó la espantosa decadencia que hoy sufrimos.
No sólo tenía Moulaert un gran talento como director, sino que era un lector impenitente de teatro, alerta a lo que sucedía en los grandes centros. Fue él quien presentó aquí, por cierto con éxito, la primera obra del teatro del absurdo; La Lección, de Eugene Ionesco, y sabía alternar las novedades con el teatro sólido y consagrado. El Arlequín fue realmente un tesoro bajo su dirección.
Habiendo él sido el primer director de la escuela de teatro de la Universidad Nacional, el teatro de ésta no lleva, como debiera, su nombre, sino el de Atahualpa del Ciopo, un simpatiquísimo anciano uruguayo que vino a enseñar a la UCR y fue un notable profesor aunque de paso hacía sus pequeñas campañas políticas inclinando al comunismo a algunos de sus alumnos (al menos por algún tiempo), pero que aquí no dejó huella visible, salvo entre sus copartidarios.
Dos obras mías dirigió Moulaert, ambas con absoluta seguridad y comprensión del texto y ambas con buen éxito de público: Tarantela y Una Bruja en el Río. Esta última también con éxito de crítica y premio nacional). Mucho del éxito que tuvieron se debió a la sagacidad de su dirección.
Bien. A partir del triste año teatral 1985, Moulaert se refugió en la enseñanza. No obstante lo cual siento su desaparición como un vacío. Su cultura teatral es la que todo director que se respete debe tener, y actualmente aquí muy pocos tienen. Que descanse en paz el buen amigo. Y que por lo menos sus alumnos sigan su magnífico ejemplo.

Alberto F. Cañas

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